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2.5.10

-El libro de los vivos- (Kill Morena Kill)

Gente en un espacio. Indefinido como siempre. Gente odiosa en el espacio. Quizá por definir. No tener tiempo para arrepentirse, la vida se escapaba. Un hombre tenía mucho que explicar. Aunque no se lo debía a la gente ni a su forma de contar; que era la misma en la que vivía.

El movimiento de la ciudad. Sus ecos. Su distancia; todo es ajeno a esta historia bizarra que nunca escarmienta. No hay nombre común. Si ponemos un nombre simplificamos lo que necesitamos aquí es mostrar la adicción a esa identidad dividida entre uno o más hombres. Sano e insano al mismo tiempo. Corazones rotos en el mundo pop, prefiero la grasa de la comida chatarra. Las baladas heavy metal tenían su sin razón. Si era Buenos Aires no podría ser Bangkok. Aunque este hombre nunca haya ido ni siquiera, fantaseaba con el bullicio. Con las miles de abigarradas personas que como en su ciudad lo verían como algo extraño. Sin embargo la cara de asco con la que solía vivir recordaba que pese a todo podría hallarse más allá del bien y del mal. No tenía sentido ver como los hombres peleaban peleas que no les correspondían.

Lo importante es que vio que no muy lejos de allí, lo que es su alrededor estaba poblado de infelices. Aunque sin romanticismo, no eran infelices que sufrían, no eran cancerosos. No ganaron guerras para nadie. Simplemente eran todos sus conocidos disconformes que vivían el pan de cada día, siempre tenían la expresión de angustiado o indigestados. La mirada al fin de esos conocidos no era más que eso. No había nada negro. Era más fácil inventar una historia que vivirla. De allí el vampirismo que el había heredado por la televisión.

No obstante como podría ser que el éxito tampoco fuer la meta. La decadencia era de lo más risueña. Lejos del romanticismo, siempre solía recordad. La justa medida era reír de la desgracia ajena. No se trataba de un caso pesimista sin embargo tendría una especie de embarazos de desgracias en su mente. El amor y el odio. Degeneraciones del instinto, así pasa el tiempo. Así pasa la vida. Lo gris es el producto del apasionamiento por la idiotez, no se destaca mucho más. Como puede ser un anónimo actor de una historia.

Ya que por más que haya nombre, todo en él es robado. El tiene ese aspecto, robo una novia ajena para sentirse mejor. Golpeó un hombre a traición hasta que lo mata porque necesitaba relax. No se podía esperar el cadalso para un hombre como él. Siempre fue inocente. Si una vez se le pregunto por la maldad dijo que era irracional, y cuando se le pregunto por la bondad dijo que era aún más irracional. Eran los niños de siempre los periodistas, o la gente que decía que sabía de él la que hacía estas preguntas que solían aburrirle.

Si tenía que saber. Era un acto secundario. El digería las imágenes y las publicidades. No necesitaba nada más. No eran necesarias ni las calles, ni las verdades. Solo se tenía que esperar a que los otros se auto señalizarán. Ilusos, ni mejores ni peores. Ni más sociales. Porque al fin, eran desconfiados como él. Esos lo que rodeaban. Tildar. Resaltar. Era vocación de esta gente. No tener otras ideas que aquellas que les imponían. No tenían ardor de nada más. Hojas de marihuana para el té. Nada con que innovar. Alguien dijo que el arte era una mentira, era una mentira que gustaba repetirse. Por eso los que no sabían; tenían tanta fe. Las putas memorias. No se trataba de las políticas, si al hombre medio poco le importa cuan lejos puede ir el mundo que lo engendro aparentemente de manera innecesaria. Ser feliz, no pensar. No se hagan amigos de esos que dicen ser ricos. Chetos, maricones. Narices pequeñas, delicados cartílagos. “No viste el dibujo de tu cara disfruto de mis aficiones”. Insensibles a su propia cara, veían los vicios como algo perdurable.

Este hombre trabajaba en el hospital. Todo su odio a la medicina era obvio. Todo su odio a la ciencia era obvio. Se cagaba en la invención del celular. Dependencia de esos recuerdos que hacían como revistas de chimentos de otras vidas. Un miserable, ahogaba en papas fritas que lo atragantaban su saciedad para destruirse. Objetaban que el tuviera lengua y un reflujo del sabor a basura lo endulzaba como un licor. No por ello no tenía recreaciones. La mentira que se contaba empezaba en una casa. Medio extraña. El sabía que la mujer que había esperado para vivir lo odiaba y eso lo hacía sentir mejor. Ya que antes no lo conocía. Por lo menos se iba a la tumba con una anécdota graciosa para apostrofes, raíces y gusanos. “Para llorar las madres”-decía. No era cuestión de morir sino de amar la vida. No veía que eso pasase. Un día si inspiro y durmió en la puerta de un Shopping hasta que lo sacaron, tiempo después frente a una iglesia sintiendo el mismo frío e indiferencia con el universo para con él.

Este hombre tenía una afición por toda clase de mujeres castradas mentalmente que podrían sufrir más con la telenovela que con su propia vida. Hacía tiempo que había dejado los juguetes rotos. Más si la infancia era un eterno destruir. No tenía el algo de razón. Coger, poco desastrosos, mucho envidiable. Mejor el café. Una amante exigente que le reclamaba parte de su vida. Sino el humo, el valioso que iluminaba los ojos permitía ver las postales antiguas. Permitía fingir que habría llegado importar estar ahí. Un día este hijo de vecino. Un pobre no punk, un negado a los rastafaris. Pero no a la marihuana vería el mundo menos solitario. Ya que recoger de la basura el mañana era una tarea que le exigía poco esfuerzo. Cuando estúpido. Tener el dinero, tomarlo de la distracción de algún que otro. Los que se lo olvidan se lo olvidan. Los temen medican.

Habíamos dejado los fantasmas de Bagdad en el televisor. La gente temía perder el dinero. La gente temía perder su vida. Mientras tanto bajaban más frituras. El dinero también faltaba. Así que en el hospital se puso a buscar cosas para vender y robó algunas. No muchas. Después de todo quedaba afuera la superstición de que atraparían al culpable. No mil veces no. la última de las acciones caritativas, fue la de liberar de un adicto al humo de su sufrimiento final llevándole a casi el pie de la muerte ese paquete de cigarrillos final que lo calvará en ese lugar. Al cabo de un tiempo estas conductas le valieron el odio de algún que otro empelado y lo expulsaron de las paredes blancas azulejadas.

“Yo tenía en mente esto”-decía. Con ello vio que se tiró dos días a mirar televisión. Tenia que quedar algo por hacer compro muchos diarios y empapelo las paredes que lo rodeaban. Algunos pensaban que era un chiquero, cuando lo vieron hasta una mujer le expresó que no merecía esto. “Ya era tarde”- recalcó, el hombre misterioso. Así la gente no sabía que hacer con él. A veces era alegre a veces la muerte. Una expresión babosa que negaba todo pensar. Al fin un día la comezón lo expulso hasta una plaza. Busco entre los objetos vendibles. Solo quedaban unas cosas gastadas como portavasos y otras inutilidades. Al fin las vendió. Con ello compro aguas, aspirinas y un pancho. Al tiempo empezó a trabajar en un estacionamiento. Desierto de hecho. No obstante había paga.

Si eso no merecía la atención, una silla. Una mirada que explicaba el desconcierto se dice que aprendió a distinguir las manchas de todo ese lugar. A menudo las dibujaba. Madonna, y sus cortesanas, obras de mujeres estilizadas. Eso era para ineptos. Como no ver lo valioso de un garaje piojoso como este. Nadie entendía. Solo el podría llegar a mostrar al mundo las joyas que la miseria dejaba en la dejadez. Sin embardo había que tener un mate cerca. O unos cigarrillos. Uno de los hombres que estacionaba siempre le recordaba que lavar la ropa era un buen hábito. A lo que el le respondía con gestos obscenos de todas las clases. Porque no se trata de vivir simplemente. “Yo no soy de esos”-explicaba. Cuando explicaba esto. La gente lo tomaba por taimado y eso le era ideal. Su lado de las cosas. Luces blancas, igual que campanas. Una reja. Y otra reja más. Un paquete de galletitas Lincoln, eso podría ser una historia feliz. Hasta que se acabe. No podría esperar mucho. Cuando el calor era mas fuerte solo metía la silla más adentro en el garaje y escapaba del sol. Un cassette que patinaba repetía verdades que a Cobain lo llevaron al suicidio. Por que si a él, lo habían llevado; cosa que pensó aquel hombre de la quietud, a nadie más.

“No tenemos noticias de veganos espirituales”- Era una frase que él completaba el cuadro, como estampilla al sobre. No obstante al fin cuando el día acababa. Huía del estacionamiento. Su mirada somnolienta se despejaba y la luz naranja proponía un adelante. No importaba el miedo y los desastres de los diarios a los cuales había que leer para poder olvidar mejor lo que ocurría en la propia vida. Esto solía estar lejos, demasiado lejos de novedades. En fin. Una mujer, Ana. Ella podría decirle que hacer, por lo menos parecía una especie de cerrajera mística. Mierda. Mierda. No se podrían ver cuando él quisiera. Después de todo con que excuso iría. El no era de las clases de personas que inventaban motivos. Por eso cada vez que iba a hacer una nueva copia de la llave de tu casa se deshacía de las anteriores. Así podría ir con la honestidad del ingenuo que es fundamentalmente estúpido. Ya no a reclamar amor, ni sexo. Cosa que con el dinero podría encontrar. Sino afecto casi familiar. Poner fin a la soledad sin objeciones ni convenciones. Comer y ser comido. Eso era más que un simple intento de dejarse atrapar, tenía el señuelo de las ventas inútiles.

No se podrían esperar grandes cosas, esa fue la única enseñanza útil que heredó de su tío. Un hombre que eligió vivir al margen recorriendo plazas por las tardes, casi una especie de fantasmas y un sobrino que cada tanto se ponía fastidioso con preguntas. Todo el mundo en la juventud las haces y frecuentemente- cosa que el tío recalcaba admitiendo que la gente pasado el tiempo quería dejar de saber. Su espontaneidad era inútil era adultos y viciados. No obstante el tío murió feliz. Ya que vivió feliz con poco, siempre sin esperar ni hijos ni fortuna. Una momia en vida. Una momia feliz. Todos los otros que al igual que ahora hacían con su sobrino trataban de compadecerse recibían de parte una mirada de desprecio. Algunos sospechaban que había sido torturado por lo milicos y que había quedado así.

Lejos estaban de la verdad. Una de las causas de la inexpresividad del hombre fue su parálisis en el rostro. Nunca mostró sonrisa aunque quisiera. Tampoco podría llorar, solo cuando sentía dolor como por ejemplo cada vez que dejó a su familia partir hacia el otro lado. Pasó por allí volando. Sin más. De eso, su tío quedo una renta generosa. Nadie sabía de donde. Con lo cual se podría vivir, siempre y cuando un día el fuese su sobrino pasará por la tumba. Cosa que no pasó por mucho tiempo. Esta extraña condición era una de las últimas lecciones de su primo para con su sobrino, la sobriedad final hasta con los muertos. “Si vas a matar sé justo”-Así marcaba el epitafio. Quien sabe lo que habría querido decir. Pese a estos casos tan extraños el hombre sin rostro que por Buenos Aires buscaba que la memoria se destrozaba equivocadamente se cruzaba con su pasado que lo veía indiferente. El fijaba la mirad y se hallaba igual. Eso era un mundo de lo más extraño para los de afuera, todos aquellos. Esos que no tendían el vivir como estar. Sino como ser. Ellos buscaban algo dentro sí que nunca iban a hallar. Hallar era de por si una consigna de lo más absurda el era un ser apolítico No tenía que buscar la historia máxima. La historia sin héroe y sin venganza esa era su revolución, en el tiempo en el que hombre era el hombre. Un hombre que tenía que ser preguntado, un hombre que tenía que imaginar que en la naturaleza allá afuera podía haber algo más.

“No me gusta ver, no me gusta”- Esa era una de sus grandes mentiras. El miraba y buscaba ver ese nuevo reino. El reino de los miserables que se creen alguien. Ese reino de los que no lloran porque no saben que es llorar. Ganadores de algo. Ganadores de la maquina. Ganadores azarosos. Unas personas que intuían que podrían sobrar, aunque no nunca se lo preguntarían seriamente. Estas personas eran las curiosidades de este hombre ajeno a todos los demás. Mujeres que morían por su imagen, y sin embargo seguían siendo feas. Una fatalidad risueña, cruel. Si se las miraba a los ojos ellas se sentían molestas como criticadas. Sus fallas eran comprensibles pero no la mirada ajena. Aún peor la mirada que calla esa es la mirada peor y más maligna. Pero aquí no queda espacio para la maldad. Se trata de un despertar del quinto sentido. Un sentido que no quería ser uno más, era una especie de responsabilidad para con el universo. El no podía dejar pasar a esos que estaban condenados a ser olvidados por inútiles. Tendría que hacer de ellos su motivo de reflexión como las manchas del garaje. Como no eran suficientes miraba que el drama de la gente simplemente estaba arreglado. Nunca se sufría demás. Nadie pudo con tamaña tarea. Porque con ella se implicaba esa mortalidad reducida y no dramática, no se lograba nada con ello más que aburrir. Simplemente se tenía que dejar pasar. Toda la fanfarria valía más. Quien podrá dudarlo. No es sin embargo un pesar, sino un hecho que lo hacía ver a la gente como un conjunto de temerosos. Él no estaba por encima de ellos pero sí en la distancia. La sanidad le contraindicaba esto. Pero el ojo desnudo el que al fin captaba nuevamente a la gente que iba de A a B. Sin siquiera saberlo estaba siendo objetivo con la humanidad, un espejo que no se empaña ni se raja.

Con ello, este hombre de la niebla pero quizás común y corriente avanza en Buenos Aires. No es sin embargo alguien más. Si lo fuera se habría rendido. Nuevamente pasa el tiempo. Mucha televisión. Asqueado de la publicidad decide al fin, considerar al contenido de cualquier cosa fuera de ella como un lujo propio de un díos. Viendo en cosas como una papa en un supermercado un valor agregado. Esa cosa divina que casi se haya descontaminada. Con esto se pudo decir al fin. Que bien, no es que elijo que me narren sino narrar. Todo esto es mío. No aquello arbolado, los vampiros y los adolescentes, o la domestica que enamorándose del patrón se hace millonaria. Esto es distinto. Tiene su gusto en poseer como realidad algo más que anécdota. Fue todo aquello que se tiene a ignorar por ser menos brillante. Con ello se pedía que los sueños se hicieran del barro como dios hizo al hombre. Si era sencillo después de todo objetar que el hombre es muy propio de esta tierra. Más los símbolos invadían, imágenes que venían colores y siluetas. Muchas más que las que se imagina uno.

Con ello he reducido todo lo violento. Lo extraño en este hombre. Quizá no puedo ver sus ojos. Quizás no puedo contener la idea de su existencia. Tendrá él una mentira. Pensar en gente como él gente con tiempo que le sobra y no muere de hambre. No corre, no suda. Vive. Al fin y al cabo a eso aspira. Su sueño es más profundo que el de la mayoría. Goza de una salud igual de buena. Sin embargo alguna gente lo mira con pánico. Tiene a fuerza de algo ser. Un ser podría ser terrible queriendo ser un ángel como lucifer. Con ello quiero decir que un hombre podría tener apetitos muy distintos a los que aparenta. Tendríamos que dar el salto hacia una intromisión demasiado obscena para al fin dar en el blanco. Este hombre sin piedad. Es acaso el peor de los hombres que se ha visto. No creo que en el haya algo que se pueda llamar sentido común. Este hombre podría matar incluso y no le pesaría cargo alguno sobre la conciencia. Sin embargo como saberlo, yo tengo que dar lugar y cabida a las cosas más propias.

Si soy obvio me colgarán de mis orejas. Yo oigo los pasos que abandonan la fachada. Siento que la gente que no se preocupa en nada por esta clase de personas por eso lo elegí a él. Un misterioso. Un ser que nada resalta y sin embargo sigue viendo. Espera el momento en el cual desfonde y despliegue su poder. Muchos antes que el juraron prometer, es hora de que las promesas sean tan pocas que cuando gente como este hombre las haga tengan peso y no risa. Con esto se despedía por el primer tiempo, el primero de las muchas estaciones, y descansos que se tomaría. Porque el sino encuentra la llave, busca la ventana. Así como en su casa entra, acude a todos los lugares si por casualidad se interesasen. Si esta fuese la historia de un gran hombre quizás tendría como origen un pesebre, o un poblado. ¿Quién sabe del rey David? yo hablo del año tres mil. Sin dinastía un hombre solo hereda una corona de azares y dudas que presentan en su cabeza como la flor de todas las maldades que podrían intentar contra él.

Yo creo que si ustedes vieran que no he dejado de hablar de uno solo aparte. Si solo no hubiese dado al afecto ese papel de narcótico que suele tener. Un hombre no espera ser más que eso. Luego por medio de una metamorfosis sueña, más al fin cuando despierta. Termina igual de indiferente que el hombre que describo. Un sobrio pese a la droga. “Simplemente el tiempo pasa, la vida pasa”- cosa que le dijo a Ana; cuando esta preguntaba por la constantes perdidas de sus llaves. ¿Violencia? es querer. Un hombre que quiere solo una cosa tuerce el mundo en torno a esta. Porque matar a una persona si acaso se la puede hacer sufrir mil veces. El hombre de la tranquilidad sabía de esto. Entonces comprendió que el perdón también podría ser condena. Estaba condenado a perdonar y con ello dejar que el mundo siguiera su curso. Con él dentro, pero sin su aprobación.

Disfruten ustedes, los hombres que no temen por su riqueza sean gente. No sean el poder que no corrompe solo transforma haciendo interferencia. Haciendo que tengamos que ser mucho más. Todo ese vaciamiento gratuito se ha consagrado a una gloria que le fue ajena siempre. Mirarse en un espejo preguntándose por las cejas y no por el ser. En raras ocasiones es un descanso y no una desgracia. Sepan ustedes que cuando supe que este hombre existía, lo repare de la atención de los muchos. Por eso una foto de él era imposible tan solo un relato. Una especie de atajo, pero si se quiere encontrar este hombre y esta vida se debe saltar. Tanto que una vez del otro lado, yo y ustedes junto con él miraremos lo festivo de las ciudades in reír. Este vals dice; se sufre al pedo. Este vals canta mejor no pensar que no hay que morir. Este compositor, tuvo en su mente lo mismo que yo cuando escribo hacer de lo mínimo una especie de película a la que todo se le incorpore. Podría ser en todo caso que nosotros, hombres malos. Hombres buenos, tengamos que dejar las armas. Tendremos que dejar que el azar nos consagre. La fortuna enredó sus cabellos en todos estos. De los que hablo son los que no reciben el beso del encanto del sueño. Son esos que llevan el polvo por encima de la ropa. Agorafobia espiritual. Se dijo que un hombre que no teme no tiene límite, ¿esto sirve para algo?, como toda idealización no llega muy lejos. Como no llega lejos el hombre que piensa que alcanza pero no disfruta y si se te ha quitado todo, la risa se te ha regalado. Vean al fin como la miseria es una mesa, como la distancia es una bendición. Aquellos que me puedan enviar postales de las cosas que hablo sean corteses. Hombres de soledades con triunfos, ¿han ido lejos? ¿Saben como volver?

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